sábado, 13 de noviembre de 2010

La mansión de la calle Retorno

- … y lo hicimos en la habitación de sus padres.
- Sí, claro…
- ¡Te lo prometo! Lo hicimos en la maldita cama de sus padres, con un crucifijo de tres metros en la pared que acojonaba bastante… y en la mesita de noche, una foto de los dos mirándonos con una sonrisa de oreja a oreja.
- Vaya morbo tío.
- Y que lo digas.
Ambos guardaron un silencio sepulcral mientras descendían por la calle Retorno en dirección a la zona residencial de la ciudad.
El atardecer, con sus claroscuros de bronce y grana, los había sorprendido aquel día de octubre a la vuelta de las clases en la universidad. No solían llegar más tarde del mediodía, pero una conferencia de tres horas sobre el patrimonio histórico en vete a saber dónde, los había retenido el tiempo suficiente como para tener que esperar dos horas la llegada del autobús.
Pablo introdujo las manos en los bolsillos de su chaqueta, encogiéndose cuanto pudo para devolver un poco de calor a su cuerpo. Alzó la vista hacia la infinita calle, con sus aceras cubiertas de hojas, deseando que Javi no volviese a abrir la boca, y que por supuesto no fuese para relatar una de sus muchas aventuras amorosas. Detestaba a aquel chico, a veces lo odiaba, pero el hecho de ser vecinos parecía condición sine qua non por la que tendrían que volver a casa juntos por el resto de sus días.
La calle estaba completamente vacía, sólo coronada por un enorme caserón que en su día fuera quizás un geriátrico. A pesar de su aspecto tétrico y derruido, un aura señorial envolvía la casa, la ennoblecía en aquella calle desierta: sus enormes rejas de jardín, las madreselvas que la recorrían raíz a raíz, su fachada gris, blanca allá en un tiempo, su puerta de negro ébano, su estilo dieciochesco y sus oscuras ventanas…
En el ala oeste, asomada a la ventana, se adivinaba una figura. Pablo se detuvo en seco, tratando de ver mejor entre el anaranjado cielo. Javi se detuvo a su lado, tratando de encontrar lo que su compañero observaba con tanto ahínco.
- ¿Qué pasa Pablo?
- Creo que hay un anciano en la ventana.
- ¿Dónde, en la casa esa?
- Sí, justo ahí, ¿no lo ves? Está como gritando y aporreando la ventana.
- No veo nada tío.
- ¿Es que no llevas las gafas?
- Que va, parezco idiota con ellas.
Pablo aguzó la vista cuanto pudo, intentando adivinar por qué gritaba aquel hombre.
- Voy a entrar.
- ¿En la casa? Pero, ¿qué dices?
- Imagínate que hay un incendio o algo.
- Yo no veo el humo.
“Será porque no te has puesto las gafas imbécil” –pensó Pablo mientras corría a la verja de la entrada.
- ¿No vienes? – le preguntó Pablo.
- No, no, yo vigilo la puerta.
“Cobarde” –pensó Pablo.
La reja casi se deshacía bajo su peso, pero logró entrar y atravesar el selvático jardín, que ya más parecía un profundo bosque.
Cuando iba a empujar la puerta de ébano, echó un último vistazo atrás: Javi se había marchado.
La puerta estaba cerrada, pero cedió en cuanto Pablo la golpeó un par de veces. Pasados unos segundos sus ojos se acostumbraron a la oscuridad del interior, pero no así su olfato, que captaba un denso olor a humedad que casi le impedía respirar. Se hallaba en un gigantesco vestíbulo, dominado por una hermosa lámpara de araña en el techo y una aterciopelada escalera al fondo. Sus zapatos pisaban una mullida moqueta que se asemejaba a la densa hierba del exterior, sólo que más oscura. Aún con la mano en la puerta, Pablo escuchaba los gritos en la lejanía de la escalera, pero tan amortiguados que parecían enlatados en otra época.
Corrió escaleras arriba, cuidando que ninguno de aquellos tablones de madera que crujían bajo sus pies cediese bajo su peso.
La planta superior era, si cabía, aún más impresionante que el vestíbulo. Tres amplios pasillos se encontraban en la cima de la escalera, formando en su unión un pequeño saloncito, que no constaba más que de un sillón a rayas y una mesa para el té. Al fondo del pasillo central la luz del crepúsculo se colaba por un pequeño resquicio en las cortinas, permitiéndole a Pablo intuir las numerosas puertas a cada lado del pasillo. Ahora podía oír los gritos con más claridad, provenientes del ala oeste.
A su izquierda se abría un pasillo idéntico con una doble hilera de puertas cerradas. Parecía que los gritos provenían de la última puerta, aquella cuya habitación daba a la calle. Sus pasos amortiguados se detuvieron delante de ella. Los gritos eran ahora sin duda mucho más nítidos: “¡No… no…!”
Al coger el pomo, se deshizo en su mano, lo arrojó al suelo y empujó la puerta hacia adentro. La luz de la amplia ventana le golpeó en el rostro, cegándole unos instantes. Cuando pudo contemplar la habitación en toda su extensión, descubrió que estaba completamente vacía. Una mecedora, un armario sin puertas y un espejo eran el único mobiliario. No había ni rastro del anciano por ninguna parte.
“¿Qué clase de broma es ésta?” – se preguntó Pablo.
Entendía que sus ojos le hubiesen engañado en la calle, creyendo ver a un anciano que gritaba, pero aquellos gritos, aquel lamento, eran tan reales como él mismo.
Un escalofrío recorrió los vellos de su nuca, su oído se aguzó hasta tal punto que podía oír el crujir de cada tabla de aquel caserón, el viento golpeando las ventanas y su corazón en un ritmo frenético.
Corrió hacia las escaleras, bajando de dos en dos los escalones, ahogándose con su propia respiración. Cuando descendió de un salto los últimos peldaños, contempló aterrado cómo la puerta principal se había cerrado de nuevo. Sin saber muy bien lo que hacía, aporreó el oscuro ébano con sus temblorosas manos, gritando con cada golpe, uniendo voz y músculo a un tiempo. Sintió cómo la sangre se agolpaba en sus brazos, cómo ya no le respondían las piernas. Retrocediendo unos pasos, buscó otra salida. Lo intentó con una de las puertas del vestíbulo, en vano. Se maldijo a sí mismo y maldijo a ese cobarde de Javi, que como bien sabía, no habría buscado la más mínima ayuda. Sólo le quedaba aquella tercera puerta del vestíbulo; al volverse, la halló abierta, atisbando lo que parecía ser la cocina. Avanzó unos pasos y… se detuvo.
La cocina no estaba vacía.
El rostro de Pablo adquirió el pálido color de la cera (sudando como tal), su respiración se hizo un susurro entrecortado, y antes de que pudiese darse cuenta, había vuelto a la habitación del piso superior, la habitación del ala oeste. Cerró de un portazo.
“No puede ser, no puede ser” – se repetía Pablo una y otra vez junto a la ventana.
Su mirada bailaba de un lado a otro: la ventana, la puerta, la ventana, la puerta…
La calle permanecía vacía, más oscura a cada instante. La puerta, con los restos de aquel viejo pomo, podría abrirse en cualquier instante, sólo bastaba un soplo de mala suerte.
El lento chirriar de los goznes fue poco a poco insinuando que la puerta se abría. De un salto, Pablo agarró el enorme espejo entre sus manos y lo colocó sobre la entrada, inclinándolo un poco para evitar que se abriese.
Volvió de nuevo a la ventana y trató con todas sus fuerzas de abrirla, pero no cedía un ápice; entonces trató de romper el cristal, estrellando incluso su cabeza contra su propio reflejo.
“Esto no está pasando – gritaba Pablo en lo más profundo de su mente – no es más que una pesadilla muy real.”
Trató entonces de recordar aquel día, ¿realmente se había despertado? ¿Había tomado el autobús? ¿Asistido a las clases? Sabía que así era, pero su miedo lo negaba.
Se sentó en el suelo, apoyando su mochila contra la pared con tal fuerza que varios libros querían incrustarse en su espalda.
“No era ella, no era ella porque no era nadie, nadie. Es sólo que con el miedo la he visto, pero no era ella, no puede ser ella.”
Sin saber qué hacer, la noche se le vino encima. Apenas parpadeaba, sus manos habían pasado del temblor propio del miedo a la rigidez que todo terror provoca; el espejo seguía allí, como reflectante guardián de la puerta. Si él había podido cogerlo con tanta facilidad, ¿qué impedía que alguien entrase?
“Pero es que nadie va a entrar, porque no hay nadie” – se repetía Pablo.
Cuando el terror ya formaba parre de su ser como lo eran sus brazos y piernas, empezó a pensar, a buscar una salida, algo de ayuda.
“Hoy ha sido el mejor día para no traer el móvil a clase” – pensó.
Si esperaba a que amaneciese podría ver mejor, podría probar todas las puertas y ventanas, algo se le ocurriría.
Sin embargo, lo que lo retenía, lo que lo mantenía inmóvil frente al espejo, no era el anciano desaparecido, ni siquiera la idea de estar encerrado; lo que hacía que sus poros supurasen miedo era el hecho de estar cada vez más seguro de haberla visto.
Sin duda tenía que estar allí, ella lo había encerrado, estaba tomando venganza.
“Pero ¿por qué? – pensaba Pablo - Todo fue un accidente, un horrible accidente”.
Las imágenes se aglutinaban en su mente, como gotas de lluvia en una tormenta: la habitación, la ventana abierta, el golpe, la sangre, los gritos, el frío, su hermana.
Él lo había lamentado tanto como cualquier otro, nadie podía culparle.
Era cierto que no había llegado a tiempo, que un solo instante hubiese bastado para sostenerla, para que, siete años atrás, nada hubiese sucedido. Pero era muy pequeña, sólo cinco años, y esas cosas pasan. Sí, todo el mundo sabe que esas cosas pasan, que los niños, por ser niños, juegan sin ver el riesgo, abren alguna ventana y creen que pueden volar. ¿Cuántos casos se han dado de niños pequeños que mueren en casa por un accidente? Muchos, seguro. Y por supuesto él no pudo hacer nada, le hubiesen faltado segundos; al menos lo intentó, lo intentó con toda su alma. Entonces ¿para qué todo aquello? La única culpable era ella, había sido una imprudente, una niña malcriada a la que le dejaban hacer cualquier cosa. Es normal que pasase, lo extraño es que hubiese tardado tanto en ocurrir.
“¿De verdad?”- pensó Pablo.
Cerró un instante los ojos, para pensar, y miró de nuevo al espejo.
Desnudas sus formas de los últimos brillos del crepúsculo, la habitación se vistió rápidamente con la luz de las farolas.
-¿De verdad?- dijo entonces en voz alta sin percatarse siquiera de ello- ¿fue así como ocurrió? ¿exactamente así?
Es curioso cómo, cuando deseamos olvidar algo con todo nuestro corazón, el tiempo nos lo entierra en la memoria, con una tierra fresca y recién movida que nos indica que ahí tenemos un secreto oculto, un recuerdo que nos engaña y nos hace dudar sobre la verdad. Sin embargo, el engaño puede surgir un día, obligarnos a recordar y arrancarnos una falsa exclamación de sorpresa. Por un tiempo nos habríamos engañado a nosotros mismos ¿no?
Tras unos momentos de silencio, el reflejo de su reflejo contestó:
- Sé lo que pasó aquel día, pero no fue mi culpa, no del todo.
>>Era una niña mimada, estúpida, que había llegado de pronto. Yo entonces no fui más que el otro, el estorbo. Y por un tiempo no me importó, lo soporté cada día lo mejor que pude… perro es que ella era tan… más que cinco años parecía tener cincuenta, era demasiado lista. Lo conseguía todo sin importarle las consecuencias; y sé que es una locura hablar de consecuencias a una niña de cinco años… pero ella lo sabía, era demasiado lista.

Como en un puzle, los recuerdos encajaron pieza por pieza, y Pablo se vio a sí mismo aquel día, entrando en la habitación de su hermana, sólo para hacerla rabiar tirando sus muñecas al suelo.
“Era todo un juego” –pensó.
Pero entonces ella comenzó a gritar, corriendo hacia la puerta; él la agarró del brazo, ella tropezó. Algo se había roto, un sonoro crack le atravesó el oído, haciendo que el pánico campase a sus anchas. Entonces ella comenzó a gritar aún más fuerte, con el rostro bañado en lívidas lágrimas.
¿Qué ocurriría entonces? ¿Cómo podría explicarlo? Su cuerpo ya no le respondía, había perdido el dominio de sus acciones, no pudo pensar a tiempo porque todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos: la ventana abierta, un fuerte golpe… nada.
“Pero no fue mi culpa –pensaba Pablo- no sabía qué hacer, cualquiera hubiese hecho lo mismo”.
Entonces comenzó a llorar y a tiritar nerviosamente sin despegar su mirada del espejo: ahí estaba él, en aquella mansión sin salida de la calle Retorno, ahí estaba la ventana que daba al mundo exterior, y allí, en la ventana, podía ver reflejada la habitación del ala oeste: la mecedora, el armario y, a través del espejo, la puerta abierta. De pie en el oscuro pasillo estaba ella con sus ojos fijos en Pablo.

***

“¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Cuántas primaveras e inviernos en esta maldita casa?”
“Cincuenta”- se recordó Pablo a sí mismo.
Marcado por los años, su rostro no era el que fue, sus arrugas nuevas le hacían parecer más viejo, y su cuerpo demacrado aún sostenía en su espalda la vieja mochila de entonces.
La calle, como cincuenta años atrás, seguía vacía, desierta…
Y entonces, entre la luz anaranjada de la tarde, advirtió una figura en la acera de enfrente, más allá de la calle: un joven caminaba despacio, parecía hablar solo, y con las manos en los bolsillos de su chaqueta alzó la vista al caserón.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Pablo golpeó el cristal y gritó cuanto pudo. Aquel chico parecía haberle visto. Dijo algo y corrió cruzando la carretera.
“Al fin –pensó Pablo- después de cincuenta años”.
Entonces todo vino a él en un destello y dejó de golpear la ventana.
- ¡No entres! –gritaba al joven que atravesaba el jardín- ¡No, no entres! ¡Vamos, vete, fuera!
Escuchó sus pasos en la escalera, y volviéndose hacia la puerta gritó:
- ¡No lo hagas! ¡No entres! ¡No…!
La puerta se abrió con un golpe sordo y Pablo entró en la habitación del ala oeste.
Una mecedora, un armario sin puertas y un espejo eran el único mobiliario.
No había ni rastro del anciano por ninguna parte.


Juan Manuel Díaz Ayuga

jueves, 7 de octubre de 2010

Desperados 1

Lázaro

28 de agosto de 2004, 17:42 de la tarde al empezar

Esta es la primera vez que escribo en este diario...la verdad no me hace mucha gracia, pero dicen que escribir me ayudara a pasar la depresion...Me llamo Lázaro y tengo 26 años. Fisicamente soy un chico normal, alto, enjuto, moreno y con ojos marrones claros. ¿Se supone que es esto lo que se debe escribir en un diario?En fin...mmm de mi puedo decir que no trabajo actualmente, tampoco estudio...mi novia de hace 3 años me ha dejado.... Bueno, he estado viajando ultimamente, porque soy enfermero y he ido con una caravana solidaria. Creo que deberia de borrar esto y empezar explicandolo mejor....bueno, es un diario, solo voy a leerlo yo, ¿no?. Una nota, yo del futuro, no vuelvas a fiarte de una tia nunca mas, solo te fastidian la vida...Bueno, ya esta bien por hoy, ¡hasta mañana(si me vuelvo a acordar) diario!

29 de agosto de 2004, 16;36

Vaya, al final me he acordado! Resulta que ayer no te conte nada de lo que habia echo en el dia, parecia mas un curriculum que otra cosa...Hoy he ido a correr un rato por la mañana, he ido a ver a Eva(mi hermana, aunque eso ya lo sabias, ¿eh?) y luego me he venido para casa. Estaba viendo las noticias, y me ha sorprendido una en especial. Se trata de un virus bastante raro que se esta expandiendo rapidamente por sudamerica. Parece una especie de gripe pero mas agresiva, no han dado mucha informacion, pero parece que es algo grave. Mañana tengo una entrevista de trabajo en una clinica privada, espero que me cojan! Bueno, te comentare lo que sea cuando la haga. Creo que escribir aqui me va a ayudar...

30 de agosto de 2004, 18:40

Me han cogido!! Si, vuelvo a trabajar!! Creo que las cosas van a ir mucho mejor a partir de ahora. Con este trabajo, podre centrar en algo mi vida ahora mismo. La verdad es que ahora mismo vivo en una casa de alquiler en las afueras(no te olvides de contar donde vives cuando leas esto dentro de unos años) y cuesta una fortuna, asi que un sueldo ahora me viene que ni pintado para pagar los atrasos. Por cierto, la noticia de ayer la estan desmintiendo muchos medios. Me quede un poco intranquilo porque, como ya sabes, estoy especializado en enfermedades contagiosas, y no me sonaban los sintomas para nada. Supongo que seria un brote de gripe de fin de verano, o algo por el estilo.

5 de Septiembre de 2004, 11:15

Diario, si no he escrito es porque he estado muy liado con el trabajo. Me he tenido que incorporar inmediatamente y estoy teniendo mucho trabajo. Me han destinado a la enfermeria de aduanas de sevilla, asi que de nuevo voy a tener que ponerme las dichosas vacunas. Odio las agujas, y se que suena raro viniendo de un enfermero, pero ya lo sabes. Sobre la noticia de la semana pasada, parece que no ha sido un simple brote, es una verdadera plaga. Venezuela, el pais mas afectado, esta empezando a pedir ayuda internacional y vacunas para su gente. Lo mas raro es que, aunque presentan los sintomas tipicos de una gripe, eso solo ocurre al principio. Luego, despues de altas fiebres, convulsionan y vomitan sangre. Lo digo de buena mano porque un medico amigo mio acaba de volver de alli pitando, diciendo que no es algo normal lo que hay alli. Despues de las convulsiones, entran en estado de coma, y ninguno ha despertado aun. No me gusta para nada.

27 de Septiembre de 2004, 13:12

No se por que sigo escribiendo este diario, desde que empeze, solo han ocurrido cosas horribles. Todo se esta empezando a ir a la mierda. Despues de 14 dias en coma, los afectados se empezaron a levantar con intensos accesos de ira, atacando a todo lo que encontraba a su alcance, sin distinguir amigos o desconocidos. Lo peor es que la gente que ha entrado en contacto directo con estos pacientes estan empezando a desarrollar los mismos sintomas. De momento no hay ningun muerto, o eso nos quieren hacer creer los informativos, pero si mi amigo Jose, el virologo, tiene razon, esto va a ir a peor. La pandemia se ha expandido por todo el mundo como la polvora. Primero fue sudamerica, pero rapidamente se extendio a america del norte. Los vuelos a Europa no se cancelaron hasta la primera oleada de infectados, pero para entonces, todos los vectores de infeccion estaban repartidos por todo el mundo. Lo que aun nadie explica con certeza absoluta es por que hay gente a la que no afecta esta gripe. Los hospitales paracen haber sido tomados por los militares y ni siquiera al personal nos dejan acercarnos si no es con verificacion.

28 de Septiembre de 2004, 11:14

Se ha establecido el toque de queda. Las noticias afirman que la enfermedad se transmite por aire principalmente. El gobierno se esta desmoronando, las calles parecen vaciarse de repente. Todo el mundo empieza a desarrollar los sintomas. Yo me estoy tomando la temperatura cada 45 minutos, pero fui de los que entro en contacto con los enfermos desde primera hora y no me ha pasado nada.

29 de Septiembre de 2004, 22:21

Han cerrado definitivamente la enfermeria. Llevaban algunos dias avisando, pero se ha hecho oficial. Las carreteras principales de la ciudad estan desoladas. Los enfermos por este virus, o lo que sea, no paran de multiplicarse. Ya que casi todo el mundo esta infectado, no hay nadie para tratarles. Estoy terriblemente asustado, ahora mismo en mi casa. Mi urbanizacion parece desierta. No se que voy a hacer. Mi familia no da señales de vida. Estoy jodidamente asustado.

30 de Septiembre de 2004, 14:42

Acaba de terminar lo que dicen es el ultimo noticiario de la unica cadena que estaba retransmitiendo. Salia un cura y rogaba a dios por nuestras almas. Dijo que era la plaga definitiva y que solo los elegidos se salvarian y repoblarian la tierra. Estaba con una fiebre altisima y un color de aspecto horrible. Sin duda estaba tambien enfermo. Si ese es el ultimo mensaje de esperanza, ya se puede dar por muerta la humanidad. Como ha ocurrido todo esto?

2 de Octubre de 2004, 02:42

La incertidumbre esta acabando conmigo. No se que hacer. Me he acabado el agua y la comida que tenia, y no he hecho nada por guardar reservas. Me da miedo salir solo, por que los infectados vagan a sus anchas por la calle. Hoy, con un arrebato de valentia sali al super de dos calles de al lado, pero me volvi a los 2 minutos corriendo. Mi urbanizacion esta enteramente tomada por ellos. Cuando se vuelven a despertar del coma, se vuelven irracionales. Los sonidos estridentes los alertan, como si fuese el ultrasonido para los perros. El aspecto que tienen es el de personas muy desnutridas, pero tampoco parecen tener conciencia de ello. No parecen tener conciencia de nada. La verdad es que no se como aguantan sin comer ni beber, pero espero que no mucho. Lo que si noto es que contienen una ira irracional hacia todo ser vivo, y cuando ven algo se lanzan a destrozarlo. Lo vi con un perro callejero que se acerco a mi cuando sali, momento en el que aproveche para salir corriendo(aunque realmente ni llegue a doblar la esquina). Se lanzaron por el perro y...simplemente, lo destrozaron. No se lo comieron, simplemente...lo destrozaron. He visto muchas cosas en los años que llevo en quirofanos, pero esto sobrepasaba toda ciencia-ficcion. Parece que estoy metido en una pelicula de miedo de la que no voy a despertar, y en toda pelicula de miedo, se llega a una conclusion:Sin reservas no se puede aguantar ni un dia.

3 de Octubre de 2004, 08:48

Diario, si vuelvo a escribir aqui significara que estoy vivo. Ayer, estuve toda la mañana pensando, y unicamente encontre una solucion. Escapar. No parece que me llevase mucho tiempo, pero si el plan que he organizado. Mi coche esta aparcado en la puerta principal de la casa. Por lo que he estado deduciendo, estos infectados no son muy rapidos al moverse, aunque detectan rapido los sonidos, asi que me montare rapido en el coche, acelerare y saldre pitando hacia la autovia. Luego tengo pensado parar para obtener alimentos y dirigirme a aduanas, donde tienen todo el material que voy a necesitar para un experimento. Me he agenciado un par de cuchillos de cocina y ropa comoda y no muy suelta. Por fin, las peliculas sobre zombis serviran para algo, aunque esta gente no sean realmente muertos en vida. Creo que se por que no estoy infectado, pero tendre que comprobarlo alli, con una caja de Vacunas y uno de estos infectados. Va a ser un planazo de puta madre.

lunes, 4 de octubre de 2010

Diálogo de besugos

Breve intercambio de conceptos expresados a través del instrumento social para la comunicación entre hablantes mejor conocida como lengua, por parte de dos especímenes pertenecientes a la familia de los pagellus bogaraveo
o
Diálogo de besugos


Una puerta al fondo, un escritorio con diversos utensilios de oficina, una silla frente a ella y un sillón en el que permanece sentado Don Rodrigo son los únicos elementos dispuestos en lo que podríamos llamar la escena, a pesar de no ser más que un espacio ficcional. Nada más se precisa.

(Llaman a la puerta)

Don Rodrigo: Adelante.
Sr Argüelles: Buenas, venía por la entrevista para el puesto de…
Don R.: Claro, claro, por favor siéntese.
Sr A.: Gracias.
Don R.: Bien, veamos: José Antonio Argüelles Carvajal… perdone, pero ¿no es usted por casualidad familiar de…?
Sr A.: No, me temo que no.
Don R.: ¿Sabe a quién me refiero? Al famoso…
Sr A.: Sí, por supuesto, pero no hay parentesco alguno entre…
Don R.: Quizás no pensemos en la misma persona, de quien le hablo es de…
Sr A.: Le entiendo perfectamente, y no es usted el primero que me lo pregunta, pero lo cierto es que al único Argüelles a quien he tenido el gusto de conocer ha sido a mí mismo.
Don R.: De acuerdo pues. Aun así, supongo que su padre también se llamaba Argüelles, ¿es que acaso no lo conocía?
Sr A.: Por desgracia, no tanto como hubiese deseado.
Don R.: Sí, lo cierto es que yo tampoco llegué a conocerlo en profundidad.
Sr A.: ¿A mi padre?
Don R.: No, hablaba del mío.
Sr A.: Claro, y ¿a qué se debía tal desconocimiento?
Don R.: Murió antes de yo nacer, unos once meses según dicen.
Sr A.: Duro hándicap sin duda. Discúlpeme, pero ¿quiénes lo dicen?
Don R.: ¿Decir el qué?
Sr A.: Ya sabe, lo de su padre.
Don R.: ¡Ah! claro. Pues supongo que aquellos que tienen algo que decir, o que en el hipotético caso de no tenerlo, inventan, crean, imaginan.
Sr A.: Hoy en día quedan pocos, la verdad. Filósofos creo que los llamaban.
Don R.: ¿Se refiere usted a esos individuos que estudian, profesan o saben una conocida disciplina cuyo fin es el de esclarecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano?
Sr A.: Le aseguro que no con esas palabras.
Don R.: Oh, disculpe si peco de pedante, pero como sabe, no llegué a conocer del todo a mi padre.
Sr A.: Cierto.
Don R.: Cierto.
Sr A.: Cierto.
Don R.: ¿Qué le resulta tan cierto Sr Argüelles?
Sr A.: Si le soy franco, pocas cosas en esta vida.
Don R.: Pues mire, si hay algo que valoremos de verdad en esta empresa es la certeza. Sin certeza no podríamos siquiera estar seguros de que nuestra empresa valora algo lo más mínimo, y sin esa valoración, la certeza no tendría cabida en nuestra empresa, y una empresa en pleno siglo XXI que no sea capaz de atrapar un poco de certeza en sus bolsillos no puede tener principios, y ¿qué es una empresa sin la certeza de tener principios? Yo se lo diré: una empresa con finales, pero no de esos que permanecen abiertos una vez los créditos siguen su rumbo al infinito de la negra pantalla… no, a lo que me refiero es a unos finales decididos a acabar, a quedar en el último puesto de toda lista, en la que puede tener, señor Argüelles, la más absoluta certeza de que una empresa sin valoración de unos principios ciertos no puede más que caer una y otra vez, sin detener su inexorable descenso, en una interminable duda.
Sr A.: En ella me hallo.
Don R.: ¿Dónde dice que se halla?
Sr A.: En la duda que usted me plantea.
Don R.: Oh, tranquilo, no debe preocuparse por las dudas que le surjan, las primeras semanas estará usted en periodo de pruebas.
Sr A.: Probaré de todo entonces.
Don R.: Siento interrumpir nuestro coloquio señor Argüelles, pero he de preguntarle algo: ¿Cuántos idiomas conoce?
Sr A.: Idiomas… Con idiomas se refiere a lenguas ¿no es cierto?
Don R.: Bien, eso dependería de lo que usted entendiese por lengua, es un término de abundante polisemia.
Sr A.: En realidad, puede que no tan abundante si diferenciamos claramente la lengua anatómica de la lengua lingüística, valga la redundancia.
Don R.: No entiendo bien su distinción, ¿es que no se articulan los sonidos del habla con la lengua?
Sr A.: No únicamente con la lengua. Un primo mío que es filólogo decía que a veces pueden servir los labios.
Don R.: He ahí la cuestión, el término labios posee también una fuerte carga polisémica…
Sr A.: Quizás lo mejor sería detener esta divagación idiomática, si no le importa.
Don R.: Por supuesto, perdone si me extiendo demasiado en la entrevista, pero mi psicólogo dice que es por la falta de padre.
Sr A.: Si lo piensa bien, y según usted me dijo murió antes de su nacimiento, no fue él el que le faltó a usted sino usted a él.
Don R.: Bueno, bueno, sin faltar señor Argüelles. Digamos que fue una falta recíproca.
Sr A.: Hablando de fútbol, desde niño he sido muy forofo del equipo de mi ciudad, y me gustaría saber si su empresa cuenta con zonas recreativas en las que un empleado pueda disfrutar de cualquier partido, siempre y cuando, claro está, se halle fuera de su horario de trabajo.
Don R.: Pues la verdad es que no disponemos de dichas instalaciones… pero ¡vaya si es una buena idea! Y ¿qué beneficios cree que tendría una zona recreativa?
Sr A.: Muchos, sin duda: aumento del rendimiento laboral, prevención de problemas de estrés, permite la relación entre compañeros de trabajo en un entorno tranquilo, lo que permite una buena comunicación a la hora de realizar trabajos conjuntos y la disminución en un 62’3% de la temida rivalidad laboral. Y lo más importante: sus trabajadores desearían venir a trabajar cada día.
Don R.: Me deja usted de piedra señor Argüelles. ¿No tendrá por casualidad otras propuestas?
Sr A.: Todas las que se me vengan a la cabeza y usted me permita, previa extracción, ponerle sobre la mesa.
Don R.: Pues entonces no hay nada más que hablar. Le nombro vicepresidente de esta empresa con efecto inmediato.
Sr A.: Bueno, en realidad, yo venía por el puesto de mantenimiento.
Don R.: Oh, por supuesto, no tema, aquí en nuestra empresa le mantendremos el puesto.
Sr A.: Muchas gracias entonces, estoy deseando comenzar.
Don R.: Yo también deseo que lo desee. Estaremos en contacto. Adiós señor Argüelles.
Sr A.: Adiós.

(Se cierra la puerta)



Juan Manuel Díaz Ayuga

viernes, 24 de septiembre de 2010

***

Yo también quise una vez escribir los versos más tristes esta noche, pero resultaba que era de día y además, no te había perdido. La terraza irradiaba luz y levantaba el viento a las cortinas como la primera mano a la primera falda. Los pájaros volaban juntos, ala con ala, parecían abrazarse en la ingravidez. Después de mirar al cielo, ahí estabas tú, apoyado en la barandilla. Iba a acercarme a ti, pero preferí no mover ni un solo músculo y contemplarte a la distancia, como si estuviera escondida, espiándote. Tus brazos recogidos y tu espalda inclinada me dieron la idea de mover un pie hacia adelante, y luego el otro, y de nuevo el anterior, así hasta llegar a acomodarme como una pluma en tu hombro izquierdo. Hoy no me pienso mover de aquí, dije. Tanto es así, que llueva, diluvie, nieve, la ventolera queme mis ojos o el sol seque mis ideas, siento tu calor justo debajo de mi oreja, donde guardo mi silencio.



Laura Díaz-Meco

domingo, 12 de septiembre de 2010

Exit

Justo después

Ya no me quedan fuerzas,

Sólo ganas de potar.

Y eso que llevo varios días

Sin probar bocado.

Pero he tenido que asimilar

Engullir

Devorar

-Todo en uno-

La mierda que me regalaste

Antes de irte.



Laura Díaz-Meco

lunes, 30 de agosto de 2010

El idiota

Me he vuelto idiota. Y lo peor de todo es saberlo al paso de los años, cuando esta enfermedad ya no tiene cura, como mucho un sencillo remedio: cerrar la boca. Dicen que un verdadero idiota no reconoce los síntomas, y así debió de ser en mi caso, pues fue demasiado tarde cuando observé cómo había incumplido en un alto porcentaje las recomendaciones del Centro Nacional para la Prevención de la Idiotez (CNPI):


• Absténgase de cometer el mismo error dos o más veces.
• Si se siente atraído/a hacia una persona cualquiera, trate de no enamorarse al menos pasados los 2 meses de cuarentena.
• Jamás se enamore de una persona que previamente tenga pareja.
• Trate de no observar una de sus fotografías durante más de diez minutos.
• No escriba su nombre. (Y por supuesto jamás lo rodee con un corazón).
• Convénzase de que no todas las conversaciones son sobre él/ella.
• Evite los gestos atolondrados en su presencia, así como los tartamudeos y las bromas sin gracia.
• Se recomienda no realizar escrito alguno de carácter literario cuyo tema pueda incluir a la persona deseada.
• Nunca tome consejos de un idiota.
• Y por último: JAMÁS se enamore de un/a idiota.


Cuando pude aceptar lo que me sucedía, decidí llamar a mis amigos y familiares más cercanos. Algunos ya lo sospechaban desde hacía tiempo, otros se compadecían, y mi abuela no dejaba de repetir: “Ay Dios mío, Dios mío, llévame a mí que ya he vivido bastante”.
Mientras esperábamos a los especialistas en aquella pequeña sala que olía a sudor y nervios, empecé a observar a cada uno de los presentes. A todos, sin excepción, los conocía bastante bien, algunos de ellos desde siempre; fue quizás mi recién descubierta idiotez la que me puso en alerta. Deslicé mis dedos hasta una mesa cercana y agarré uno de aquellos folletos del CNPI. Leí en voz baja las recomendaciones, y sorprendido, volví a leerlas. Cuando me hube cerciorado de lo que sospechaba, recorrí con la mirada toda la sala, deteniéndome lentamente en mis padres, tíos, hermanos, amigos… y mi abuela. Sin ninguna duda, ellos eran tan idiotas como yo; habían cometido infinidad de errores, se habían enamorado a deshora en un romance no cronometrado, habían tratado de evitar lo inevitable con nefastas consecuencias, en definitiva, habían caído una y otra vez para de nuevo levantarse y coger impulso en un nuevo tropiezo. Decidí guardar silencio y dejar que viviesen en una ignorante idiotez, en una ignorante y feliz idiotez.
Lentamente caminando, recorriendo los infinitos pasillos, y acompañado por un par de especialistas en graves casos de idiotez crónica, sonreía como poseído, pensando, con una certeza cada vez mayor, si en realidad, en este mundo de locos, no somos todos un poco idiotas.


Juan Manuel Díaz Ayuga

Créeme cuando digo que...

Hoy,

Cuando a nuestras caderas sólo las separa un segundo

Arrasaría con todo

(con todo lo que hay encima de una mesa o de una cama)

Para atravesar este campo oscuro

Y morir en él

Gracias a ti

En una fragilidad casi dulce.



Laura Díaz-Meco