sábado, 3 de mayo de 2014

El pequeño dios



Ojalá tuviera un dios para agradecer este día.
A veces me propongo creer ciegamente
en tu existencia.
Pero me duele. No estás.
Primero, no estás donde en mi mundo te buscan.
Segundo, no te siento ni lo más mínimo.
Eres una ensoñación. Un regusto
a galleta recién hecha.
Y todos mis temores se alivian.

Eres como una sedación.
Más que un dios, quisiera que fueras
mi ángel de la guarda.
Que yo te hablara y tú me estuvieras escuchando.
Perenne.
Ojalá me pudieras proteger con tus grandes manos
de dios.
Ojalá pudieras mecerme en tus suaves manos de dios,
que tu barba sea la cortina de una fresca noche.
Y tú me dices que puedo,
que avance, que vaya, y el mundo
me es un paseo.
Es perfección. 


Laura Díaz-Meco

domingo, 22 de septiembre de 2013

Gracias a mis amigos



Mi alma se embebe
de la paz de los recién nacidos,
de los mimados dulces y dormidos.
Y mi sonrisa se convierte
en fresas,
en pastel de chocolate,
en eternidad.
Incluso las ruinas casi cenizas,
casi nada,
que vagan como almas en pena
por mi pensamiento,
aquellas que me desarman, me derrumban,
se hacen bombones. Son
murmullos que callan.

Y cuando vuelvo en autobús  a casa,
me imagino madre o abuela,
(galletas tostadas),
vuestras bromas,
(helado de nata y caramelo),
vuestros consejos,
(bizcocho al limón),
vuestro cariño,
(tocino de cielo),
en medio de estos caminos de esperanza
que los creo míos,
que los creo broches de cena,
y llevaros siempre conmigo,
desde la miel del alma hasta mi boca
o en mi mirada.


Laura Díaz-Meco

jueves, 18 de julio de 2013

Discurso de la graduación de Filología hispánica 2008/2013 en la Universidad de Sevilla:

Buenas tardes, miembros del equipo decanal, directores de departamento, profesores, miembros del PAS, compañeros y familiares.
¿Qué hago yo aquí? Probablemente la mayoría de vosotros os habéis hecho esa pregunta una y otra vez a lo largo de estos años de carrera.  Se nos ha preguntado constantemente qué era eso de filología, si sirve para algo, qué salidas tiene… O no os ha pasado alguna vez que al tratar de explicar qué estamos estudiando os han respondido con los ojos desencajados: "-¿Filoloqué? –Filología. –Ah, filosofía. – No, no, fi-lo-lo-gí-a, lengua y literatura. –Ahhh… vale, profesor de un colegio, vaya. –Bueno, no… no exactamente, también puedo…". Y ya da igual lo que digas, no te van a escuchar. Porque en realidad somos gente algo rara, que va por ahí con libros que nadie lee o meditando en el autobús sobre extrañas teorías lingüísticas.

Ahora, cuando hemos acabado, cuando nos hemos reunido hoy aquí para poner el broche final a una etapa de nuestras vidas que no olvidaremos nunca, parece que es cuando empezamos a intuir qué es eso de ser filólogo  y lo importante que fue que, cuatro o cinco años atrás, de entre todas las posibilidades, decidiésemos escribir “filología” en la solicitud de acceso a la universidad. Supongo que lo que nos ha traído hasta aquí ha sido la pasión por la lengua, la literatura y por todo lo que conlleva el estudio de una cultura que ha tratado de expresar su historia, sus sentimientos, nuestra identidad, a lo largo de los siglos, a través de la palabra. Porque cuando uno sueña, sueña con la palabra. Y cuando de pequeños, señalamos con el dedo, queremos decir la palabra inefable aun, la que está por llegar. Por eso estamos aquí.

Sin embargo, el camino no ha sido fácil. En estos tiempos que corren son muchos los obstáculos que se nos presentan a los estudiantes. Aunque para nosotros, estudiantes de humanidades, esto no es algo nuevo. Llevamos oyendo el mismo final catastrófico durante mucho tiempo: que nos estamos convirtiendo en la minoría de una minoría, que somos los últimos de una especie en extinción y, por si fuera poco, se ha visto a nuestra generación como el inicio de una decadencia. Pero, a pesar de augurios tan pesimistas, no hemos desistido, hemos seguido con nuestros libros ininteligibles bajo el brazo, porque por encima de cualquier traba, existe la necesidad primordial de sentirnos un poco más libres. Porque, al fin y al cabo, el límite de nuestro lenguaje es el límite de nuestro mundo.

Por todo ello, estamos seguros de que seremos capaces de continuar el relevo de esta cadena de conocimiento que es la filología. Se nos ha dado la oportunidad de forjar nuestra propia voz, no solo a través del estudio y la dedicación, sino también gracias a aquellas voces que nos han servido como guía y que han dejado en nosotros, más que un conocimiento, una manera de ver la vida y enfrentarnos a ella. No vamos a desaprovechar esa oportunidad. Nuestro deseo es el de poder transmitir los instrumentos necesarios para abrir nuevos caminos hacia el futuro.

Porque, en realidad, este acto de fin de carrera no es más que el principio. Cuando salgamos hoy por la puerta del ángel, conscientes de que estamos dando el salto hacia algo nuevo y desconocido, sabremos que a nuestras espaldas dejamos un pedacito de nuestras vidas encerrado entre los muros de este edificio cargado de recuerdos. Y cuando años después, veamos faltas de ortografía en un cartel publicitario o descubramos que el gran best-seller del año no es otro que las memorias de la mujer del hijo del cuñado de un torero famoso, alzaremos los puños al cielo, con los ojos inyectados en ira, el labio temblando de furia, gritando: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Sin embargo, esbozaremos una sonrisa al pensar que, quizás, en cualquier otra parte del mundo, alguno de nuestros compañeros también estará maldiciendo como lo hacemos nosotros.

Recordaremos que también ha habido momentos en los que hemos querido tirar la toalla; que problemas que ahora vemos insignificantes en la distancia, nos parecían un mundo entonces; y que nos hemos sentido solos y diminutos, desamparados, perdidos en circunstancias que nos sobrepasaban y que no lográbamos superar.

Y es que hay que reconocer que no podríamos haber sobrevivido a esas eternas clases de las ocho de la mañana, a ciclos de exámenes maratonianos, a noches en vela sobre enormes manuales de literatura y gramática, ni a tantas otras cosas, si no hubiese sido porque cada día hemos tenido junto a nosotros a compañeros, que ya son algo más que eso, y a nuestras familias, que nos han ayudado todo lo posible para que pudiésemos llegar a ser lo que ahora somos.
¿Qué hago yo aquí? Sinceramente, no lo sé, pero lo que sí sé, es que sin vosotros, no hubiera sido posible. Muchas gracias.

Juan Manuel Díaz Ayuga y Laura Díaz-Meco

domingo, 23 de junio de 2013

El árbol

Porque el árbol, que alza sus ramas al cielo del mediodía y abre de par en par el verde de sus hojas al sol, ese árbol, que dispara pájaros azules al aire, ese árbol, tiene raíces. Mientras despereza sus miembros, extendiendo sus finos dedos, desgranando sus hojas, inocente, con el correr del viento, sus entrañas se desparraman en raíces oscuras que crecen y se abren en la noche de la tierra. El árbol, que dora su espalda de cocodrilo al sol, que regala reflejos enanos de luz que se posan en la pupila de los pájaros azules, ese árbol, cubre de sombra la tierra, una sombra que se desliza entre terrones, que se derrama cada vez más líquida, oscura y sin luz, como agua o como sangre que lo alimenta.
Pero ese que no es árbol, también tiene, en su cielo de barro, hojas que no se ven. Y en su tierno tronco oscuro, a veces se sientan los muertos a leer un libro o a escuchar el canto de las lombrices bajo tierra, y que a veces, revoloteando se les posan en sus manos cadavéricas para que les den unas migas de azufre.
Ese árbol, que alza sus raíces al cielo opaco y secreto de la tierra, que retuerce sus garras entre nubes de piedra y que desgrana su piel de madera con el correr del agua, ese árbol, tiene ramas.

Asoma su cabeza una lombriz al sol de la tarde, y un pájaro azul se la cercena.


Juan Manuel Díaz Ayuga

lunes, 6 de mayo de 2013

Recinto Amurallado



Día 3 de febrero
Silencio. El otoño desde aquí parece más vacío de lo habitual. Todo lo llena el aire. Mi ventana de barrotes oxidados pretende hacerme creer que soy libre. El pobre hierro, consumido, juega conmigo, con mi ilusión. Allá se ven los árboles, casi leña, como mis barrotes. Acerco la mano y ahí están, esperando a que un día más vuelvan a hacerlo y se rían de mí en un crujido siniestro.

Día 15 de marzo
El otoño desde aquí parece más vacío de lo habitual: todo lo llena el aire. La pequeña ventana de barrotes oxidados juega conmigo. Le gusta reír y reír en crujidos estrepitosos cuando acerco la mano. Me hace creer que es árbol, leña, hojas.

Día
Y aun parezco como
aquellos locos
que miran al infinito
bañado en el eterno cristal
de la soledad.


Laura Díaz-Meco

domingo, 28 de abril de 2013

Ventana de ciudad



Como si estuviera respirándote
Profundamente
Hasta el alma
Hasta cada glóbulo rojo que inunda mi corazón,
Con los ojos cerrados,
Abro la ventana.
Y estás, de noche,
Eterno.
Te ilumina levemente
Un brocado de estrellas,
Y la brisa es fría,
Soñadora del vientre materno.
Me abrazo,
Tú me envuelves todo el cuerpo.
Todo se me olvida en tu presencia,
Todo se evapora
Pequeño
Por las escaleras que van a la luna.
Y creo en la esperanza
En la fe
Y en las risas de los niños
Que abajo juegan.
Pero nada.
Aquí estoy, soñándote,
Escribiéndote,
Respirando un aire agotado,
Cansado de no tenerte.
Aquí estoy, mar,
Anhelándote.


Laura Díaz-Meco

martes, 18 de septiembre de 2012

Desarraigo


“Huir. Huir es un imposible. Si huyes de ti mismo no habrá lugar en la Tierra en el que puedas esconderte. Siempre estarás ahí. En cada paso, cada pensamiento, cada palabra, cada escalofrío ante la idea de no poder escapar, siempre ahí.
Podrás romper mil espejos y aún así recordarás haberte visto, haber mirado cara a cara a aquél que no eres tú, pero que tanto se te parece. Y cuando decidas echar a correr todo recto hacia el horizonte, hallarás de nuevo tus huellas en esta tierra, en este planeta redondo que no lleva a ninguna parte.
Sentirás el universo cada vez más y más pequeño, tanto como un país, como una habitación, como un ataúd, como tu propio cuerpo.
Odiarás. Odiarás a todos por no poder desprenderte de ti mismo de una vez por todas, por no poder romper los lazos que te atan a los demás. Y cuando al fin odies esta vida tanto como a aquellos con los que la compartiste, sabrás que, en realidad, sólo te estás odiando a ti mismo.
Ésta es la única realidad de la que no dudan mis años de experiencia. Tú eres tú, y seguirás siendo tú hasta que no lo seas”.
Éstas aquí escritas, fueron las últimas palabras que escuché en boca de mi padre, aquella tarde de otoño, momentos antes de marcharme.



Juan Manuel Díaz Ayuga