lunes, 4 de octubre de 2010

Diálogo de besugos

Breve intercambio de conceptos expresados a través del instrumento social para la comunicación entre hablantes mejor conocida como lengua, por parte de dos especímenes pertenecientes a la familia de los pagellus bogaraveo
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Diálogo de besugos


Una puerta al fondo, un escritorio con diversos utensilios de oficina, una silla frente a ella y un sillón en el que permanece sentado Don Rodrigo son los únicos elementos dispuestos en lo que podríamos llamar la escena, a pesar de no ser más que un espacio ficcional. Nada más se precisa.

(Llaman a la puerta)

Don Rodrigo: Adelante.
Sr Argüelles: Buenas, venía por la entrevista para el puesto de…
Don R.: Claro, claro, por favor siéntese.
Sr A.: Gracias.
Don R.: Bien, veamos: José Antonio Argüelles Carvajal… perdone, pero ¿no es usted por casualidad familiar de…?
Sr A.: No, me temo que no.
Don R.: ¿Sabe a quién me refiero? Al famoso…
Sr A.: Sí, por supuesto, pero no hay parentesco alguno entre…
Don R.: Quizás no pensemos en la misma persona, de quien le hablo es de…
Sr A.: Le entiendo perfectamente, y no es usted el primero que me lo pregunta, pero lo cierto es que al único Argüelles a quien he tenido el gusto de conocer ha sido a mí mismo.
Don R.: De acuerdo pues. Aun así, supongo que su padre también se llamaba Argüelles, ¿es que acaso no lo conocía?
Sr A.: Por desgracia, no tanto como hubiese deseado.
Don R.: Sí, lo cierto es que yo tampoco llegué a conocerlo en profundidad.
Sr A.: ¿A mi padre?
Don R.: No, hablaba del mío.
Sr A.: Claro, y ¿a qué se debía tal desconocimiento?
Don R.: Murió antes de yo nacer, unos once meses según dicen.
Sr A.: Duro hándicap sin duda. Discúlpeme, pero ¿quiénes lo dicen?
Don R.: ¿Decir el qué?
Sr A.: Ya sabe, lo de su padre.
Don R.: ¡Ah! claro. Pues supongo que aquellos que tienen algo que decir, o que en el hipotético caso de no tenerlo, inventan, crean, imaginan.
Sr A.: Hoy en día quedan pocos, la verdad. Filósofos creo que los llamaban.
Don R.: ¿Se refiere usted a esos individuos que estudian, profesan o saben una conocida disciplina cuyo fin es el de esclarecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano?
Sr A.: Le aseguro que no con esas palabras.
Don R.: Oh, disculpe si peco de pedante, pero como sabe, no llegué a conocer del todo a mi padre.
Sr A.: Cierto.
Don R.: Cierto.
Sr A.: Cierto.
Don R.: ¿Qué le resulta tan cierto Sr Argüelles?
Sr A.: Si le soy franco, pocas cosas en esta vida.
Don R.: Pues mire, si hay algo que valoremos de verdad en esta empresa es la certeza. Sin certeza no podríamos siquiera estar seguros de que nuestra empresa valora algo lo más mínimo, y sin esa valoración, la certeza no tendría cabida en nuestra empresa, y una empresa en pleno siglo XXI que no sea capaz de atrapar un poco de certeza en sus bolsillos no puede tener principios, y ¿qué es una empresa sin la certeza de tener principios? Yo se lo diré: una empresa con finales, pero no de esos que permanecen abiertos una vez los créditos siguen su rumbo al infinito de la negra pantalla… no, a lo que me refiero es a unos finales decididos a acabar, a quedar en el último puesto de toda lista, en la que puede tener, señor Argüelles, la más absoluta certeza de que una empresa sin valoración de unos principios ciertos no puede más que caer una y otra vez, sin detener su inexorable descenso, en una interminable duda.
Sr A.: En ella me hallo.
Don R.: ¿Dónde dice que se halla?
Sr A.: En la duda que usted me plantea.
Don R.: Oh, tranquilo, no debe preocuparse por las dudas que le surjan, las primeras semanas estará usted en periodo de pruebas.
Sr A.: Probaré de todo entonces.
Don R.: Siento interrumpir nuestro coloquio señor Argüelles, pero he de preguntarle algo: ¿Cuántos idiomas conoce?
Sr A.: Idiomas… Con idiomas se refiere a lenguas ¿no es cierto?
Don R.: Bien, eso dependería de lo que usted entendiese por lengua, es un término de abundante polisemia.
Sr A.: En realidad, puede que no tan abundante si diferenciamos claramente la lengua anatómica de la lengua lingüística, valga la redundancia.
Don R.: No entiendo bien su distinción, ¿es que no se articulan los sonidos del habla con la lengua?
Sr A.: No únicamente con la lengua. Un primo mío que es filólogo decía que a veces pueden servir los labios.
Don R.: He ahí la cuestión, el término labios posee también una fuerte carga polisémica…
Sr A.: Quizás lo mejor sería detener esta divagación idiomática, si no le importa.
Don R.: Por supuesto, perdone si me extiendo demasiado en la entrevista, pero mi psicólogo dice que es por la falta de padre.
Sr A.: Si lo piensa bien, y según usted me dijo murió antes de su nacimiento, no fue él el que le faltó a usted sino usted a él.
Don R.: Bueno, bueno, sin faltar señor Argüelles. Digamos que fue una falta recíproca.
Sr A.: Hablando de fútbol, desde niño he sido muy forofo del equipo de mi ciudad, y me gustaría saber si su empresa cuenta con zonas recreativas en las que un empleado pueda disfrutar de cualquier partido, siempre y cuando, claro está, se halle fuera de su horario de trabajo.
Don R.: Pues la verdad es que no disponemos de dichas instalaciones… pero ¡vaya si es una buena idea! Y ¿qué beneficios cree que tendría una zona recreativa?
Sr A.: Muchos, sin duda: aumento del rendimiento laboral, prevención de problemas de estrés, permite la relación entre compañeros de trabajo en un entorno tranquilo, lo que permite una buena comunicación a la hora de realizar trabajos conjuntos y la disminución en un 62’3% de la temida rivalidad laboral. Y lo más importante: sus trabajadores desearían venir a trabajar cada día.
Don R.: Me deja usted de piedra señor Argüelles. ¿No tendrá por casualidad otras propuestas?
Sr A.: Todas las que se me vengan a la cabeza y usted me permita, previa extracción, ponerle sobre la mesa.
Don R.: Pues entonces no hay nada más que hablar. Le nombro vicepresidente de esta empresa con efecto inmediato.
Sr A.: Bueno, en realidad, yo venía por el puesto de mantenimiento.
Don R.: Oh, por supuesto, no tema, aquí en nuestra empresa le mantendremos el puesto.
Sr A.: Muchas gracias entonces, estoy deseando comenzar.
Don R.: Yo también deseo que lo desee. Estaremos en contacto. Adiós señor Argüelles.
Sr A.: Adiós.

(Se cierra la puerta)



Juan Manuel Díaz Ayuga

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