jueves, 18 de julio de 2013

Discurso de la graduación de Filología hispánica 2008/2013 en la Universidad de Sevilla:

Buenas tardes, miembros del equipo decanal, directores de departamento, profesores, miembros del PAS, compañeros y familiares.
¿Qué hago yo aquí? Probablemente la mayoría de vosotros os habéis hecho esa pregunta una y otra vez a lo largo de estos años de carrera.  Se nos ha preguntado constantemente qué era eso de filología, si sirve para algo, qué salidas tiene… O no os ha pasado alguna vez que al tratar de explicar qué estamos estudiando os han respondido con los ojos desencajados: "-¿Filoloqué? –Filología. –Ah, filosofía. – No, no, fi-lo-lo-gí-a, lengua y literatura. –Ahhh… vale, profesor de un colegio, vaya. –Bueno, no… no exactamente, también puedo…". Y ya da igual lo que digas, no te van a escuchar. Porque en realidad somos gente algo rara, que va por ahí con libros que nadie lee o meditando en el autobús sobre extrañas teorías lingüísticas.

Ahora, cuando hemos acabado, cuando nos hemos reunido hoy aquí para poner el broche final a una etapa de nuestras vidas que no olvidaremos nunca, parece que es cuando empezamos a intuir qué es eso de ser filólogo  y lo importante que fue que, cuatro o cinco años atrás, de entre todas las posibilidades, decidiésemos escribir “filología” en la solicitud de acceso a la universidad. Supongo que lo que nos ha traído hasta aquí ha sido la pasión por la lengua, la literatura y por todo lo que conlleva el estudio de una cultura que ha tratado de expresar su historia, sus sentimientos, nuestra identidad, a lo largo de los siglos, a través de la palabra. Porque cuando uno sueña, sueña con la palabra. Y cuando de pequeños, señalamos con el dedo, queremos decir la palabra inefable aun, la que está por llegar. Por eso estamos aquí.

Sin embargo, el camino no ha sido fácil. En estos tiempos que corren son muchos los obstáculos que se nos presentan a los estudiantes. Aunque para nosotros, estudiantes de humanidades, esto no es algo nuevo. Llevamos oyendo el mismo final catastrófico durante mucho tiempo: que nos estamos convirtiendo en la minoría de una minoría, que somos los últimos de una especie en extinción y, por si fuera poco, se ha visto a nuestra generación como el inicio de una decadencia. Pero, a pesar de augurios tan pesimistas, no hemos desistido, hemos seguido con nuestros libros ininteligibles bajo el brazo, porque por encima de cualquier traba, existe la necesidad primordial de sentirnos un poco más libres. Porque, al fin y al cabo, el límite de nuestro lenguaje es el límite de nuestro mundo.

Por todo ello, estamos seguros de que seremos capaces de continuar el relevo de esta cadena de conocimiento que es la filología. Se nos ha dado la oportunidad de forjar nuestra propia voz, no solo a través del estudio y la dedicación, sino también gracias a aquellas voces que nos han servido como guía y que han dejado en nosotros, más que un conocimiento, una manera de ver la vida y enfrentarnos a ella. No vamos a desaprovechar esa oportunidad. Nuestro deseo es el de poder transmitir los instrumentos necesarios para abrir nuevos caminos hacia el futuro.

Porque, en realidad, este acto de fin de carrera no es más que el principio. Cuando salgamos hoy por la puerta del ángel, conscientes de que estamos dando el salto hacia algo nuevo y desconocido, sabremos que a nuestras espaldas dejamos un pedacito de nuestras vidas encerrado entre los muros de este edificio cargado de recuerdos. Y cuando años después, veamos faltas de ortografía en un cartel publicitario o descubramos que el gran best-seller del año no es otro que las memorias de la mujer del hijo del cuñado de un torero famoso, alzaremos los puños al cielo, con los ojos inyectados en ira, el labio temblando de furia, gritando: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Sin embargo, esbozaremos una sonrisa al pensar que, quizás, en cualquier otra parte del mundo, alguno de nuestros compañeros también estará maldiciendo como lo hacemos nosotros.

Recordaremos que también ha habido momentos en los que hemos querido tirar la toalla; que problemas que ahora vemos insignificantes en la distancia, nos parecían un mundo entonces; y que nos hemos sentido solos y diminutos, desamparados, perdidos en circunstancias que nos sobrepasaban y que no lográbamos superar.

Y es que hay que reconocer que no podríamos haber sobrevivido a esas eternas clases de las ocho de la mañana, a ciclos de exámenes maratonianos, a noches en vela sobre enormes manuales de literatura y gramática, ni a tantas otras cosas, si no hubiese sido porque cada día hemos tenido junto a nosotros a compañeros, que ya son algo más que eso, y a nuestras familias, que nos han ayudado todo lo posible para que pudiésemos llegar a ser lo que ahora somos.
¿Qué hago yo aquí? Sinceramente, no lo sé, pero lo que sí sé, es que sin vosotros, no hubiera sido posible. Muchas gracias.

Juan Manuel Díaz Ayuga y Laura Díaz-Meco

1 comentario:

  1. maravilloso discurso, brillantes intervenciones. Me dejasteis sin palabras. Enhorabuena!

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