domingo, 12 de diciembre de 2010

Roma

Porque ya no me quieren las mujeres ni en Los Sims. Por eso me bajo del tren en marcha como en las películas de Hollywood, para que en la siguiente estación no vuelvan a decirme que todavía no he llegado a Roma. Y es que, si es cierto eso de que todos los caminos llevan a Roma, se ve que el mío no es más que una ronda de circunvalación. ¿Cuánto tiempo llevo dando vueltas, mal dita sea? Que si bien es verdad que a veces se colaba por la ventana un olorcillo como a fresas, yo en el tren ya me aburría de esperar. Y cada vez que escuchaba aquella voz por megafonía que iba a anunciar la llegada, me ponía como loco, se me revolvía el estómago por las hormonas y la sangre me estallaba en las venas del cuello. Y nada, vuelta a lo mismo, a acurrucarme en el asiento, a mirar por la ventana y a bajar como podía ese calentón - en el buen sentido - tan tonto.
"Esto no puede ser bueno para el cuerpo -pensaba- que un día, del disgusto, no lo cuento".
Así que por eso me he hecho el Clint Eastwood saltando desde la puerta trasera del vagón, para caer en un terraplén de cardos y zarzas que me está cosiendo la piel de un picorcillo que vaya tela.
Y ahora que el tren se me resbala de los ojos allá en el horizonte, no puedo dejar de pensar en si realmente habrá llegado al fin a Roma...



Juan Manuel Díaz Ayuga



No hay comentarios:

Publicar un comentario