domingo, 1 de agosto de 2010

El bosque de Blancanieves

Las sombras cerraron el único lugar habitable de este inmenso bosque. La savia de la hoja brotaba como un manantial fugaz de salmones en mareas. Ni siquiera esta última petición de sobrevivir fue escuchada. Fue atrapada otra cosa que no se quería. Algo pétreo, como yo, como mi ser al escribir esto. Frío y oscuro. Como mi miedo. Mis miedos. El ahogo del bullir. Como el oso que se come a los salmones, llamas de mis venas. Como el frío (otro escalofrío). Sin embargo, la llama viene. Me abraza y me dice: ya está. Las sombras quieren irse un rato. El bosque necesita un campo. Las nubes, algodón. El desliz de la savia en placer de compañía. No querer pensar más que en ese bullir estable, liso. Que no se vaya nunca y no cambie jamás. Llenar y sonreír al calor del sol. De este sol.




(Por Laura Díaz-Meco)

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