A veces me gustaría tender la vida como un mantel. Colgarlo cuando esté empapado, ponerle sus alfileres de madera y esperar a que el sol lo deje como nuevo. Así tendría que ser: por el calorcito del sol.
Pero a veces, surgen esos días nublados, apáticos. El viento nos pone el pelo en la cara, la lluvia nos moja los pies y las manos se hielan. El mantel cae al suelo, en esa mezcla de barro y hojas tan propios de los parques en otoño.
Laura Díaz-Meco
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